Dicen que "aquel que es bueno para dar excusas, raramente es bueno para otra cosa". El echarle la culpa a otros por nuestra condición o por nuestras fallas es parte de nuestra condición caída; desde el principio esa fue la primera respuesta de Adán y de Eva:
"Fue la mujer...", "Fue la serpiente" y aunque esos datos eran verdaderos, no reflejaban la verdad.
Santiago nos deja muy en claro que cada uno de nosotros es tentado cuando de nuestra propia concupiscencia somos atraídos y seducidos (Santiago 1:14). O sea que los factores que nos tientan no provienen de las circunstancias externas, sino de nuestro propio corazón.
El buscar excusas sólo nos lleva a escondernos inútilmente con un traje de hojas, que no abriga ni conforta. Pero el entender mi condición de necesidad y reconocerla me pone en la puerta de la Gracia de Dios.
Al final de cuentas, en el jardín de Edén Dios había provisto todo tipo de alimentos para Adán y Eva, o sea que no fue el hambre lo que llevó a Adán y a Eva a comer del fruto prohibido, sino un deseo de rebeldía e independencia de Dios.
Ante nuestro pecado no nos rodeemos de excusas tratando de esconder nuestra condición, sino vengamos delante de aquel que -como un Cordero sin mancha -
proveyó la vestimenta de un nuevo hombre, creado en la justicia y santidad de la verdad.
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