jueves, 16 de enero de 2020

envidia... o en muerte...

La envidia...
Esa insidiosa compañera de tantas madrugadas.

La envidia es capaz de amargarnos los mejores momentos con la excusa de que alguien podría estar viviendo o teniendo algo mejor que nosotros.
Pero lo peor se da cuando racionalizamos o justificamos eso que nos está consumiendo por dentro... y es mucho peor cuando nos sucede cómo cristianos.

Todos batallamos  con el contentamiento (en mayor o menor medida), eso es algo natural en nuestra condición caída, y el justificar nuestro pecado alivia un poco nuestra carne pero a la larga puede destruir nuestra vida.

En particular he oído mucho la frase: “Perenganito es un presumido al poner en redes sociales todo lo que compra, los lugares donde come y los viajes que hace ¿no se da cuenta de que puede ser de tropiezo para la gente que lo sigue?”
(Insertar imagen/meme/emoji/ boquiabierto)

A ver ¿en verdad estamos acusando a alguien de “incitar a la envidia”????
La envidia es una condición interna, no algo que otro provoca y nunca (NUNCA) culpa de alguien más. Es uno de esos pecados en los que nos abalanzamos solitos y sin colaboración de nadie. El negarlo sólo aparta de nuestro alcance la medicina que puede aliviar ese dolor (la envidia duele mucho): el arrepentimiento y la confesión de nuestro pecado.

Aunque la tentación de echarle la culpa a otra persona en muy grande, recuerda que cuando la envidia te quiere comer las entrañas no es algo que otro tiene que resolver sino nosotros mismos ante la Gracia de Dios. Y la Gracia de Dios está tan alcance de todos que no necesitamos envidiarla de nadie.

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