miércoles, 29 de enero de 2020

Excusas que excluyen

Dicen que "aquel que es bueno para dar excusas, raramente es bueno para otra cosa". El echarle la culpa a otros por nuestra condición o por nuestras fallas es parte de nuestra condición caída; desde el principio esa fue la primera respuesta de Adán y de Eva:

"Fue la mujer...", "Fue la serpiente" y aunque esos datos eran verdaderos, no reflejaban la verdad.

Santiago nos deja muy en claro que cada uno de nosotros es tentado cuando de nuestra propia concupiscencia somos atraídos y seducidos (Santiago 1:14). O sea que los factores que nos tientan no provienen de las circunstancias externas, sino de nuestro propio corazón.

El buscar excusas sólo nos lleva a escondernos inútilmente con un traje de hojas, que no abriga ni conforta. Pero el entender mi condición de necesidad y reconocerla  me pone en la puerta de la Gracia de Dios.

Al final de cuentas, en el jardín de Edén Dios había provisto todo tipo de alimentos para Adán y Eva, o sea que no fue el hambre lo que llevó a Adán y a Eva a comer del fruto prohibido, sino un deseo de rebeldía e independencia de Dios.

Ante nuestro pecado no nos rodeemos de excusas tratando de esconder nuestra condición, sino vengamos delante de aquel que -como un Cordero sin mancha -
proveyó la vestimenta de un nuevo hombre, creado en la justicia y santidad de la verdad.

sábado, 25 de enero de 2020

¡Enseñanza y Ejemplo!

"¡¡Buena enseñanza y buen ejemplo!!"
así clamamos a viva voz y a los cuatro vientos... y creo que tenemos razón. Estas dos cosas son fundamentales en el liderazgo, ya sea en la iglesia o en ámbitos más cercanos como la familia... "Buena enseñanza y buen ejemplo" es nuestra demanda.

Pero aunque es justa la exigencia, de ninguna manera eso es lo que necesitamos como base de nuestro caminar en fe.

Verás, Judas tuvo delante de sus ojos al mejor maestro, ante sus oídos la mejor enseñanza y ante su vida al mejor ejemplo de integridad, amor y servicio... pero no fue suficiente para él.

Es que al final del día no es suficiente un buen maestro sino que necesitamos reconocer que necesitamos Un Salvador.

En el proceso de humillación para reconocer nuestra miseria no necesitamos nada más que contemplar la Cruz, aquella evidencia de lo terrible de nuestro pecado.

Es cierto que todos necesitamos un referente físico que nos muestre el caminar firme en la fe (¡Gloria a Dios por aquellos que han modelado el amor de Dios delante de nosotros!) pero también es cierto que la  obra redentora de Dios viene sólo contemplándole a Él, y a nadie más que a Él.

No pretendo sembrar excusas a quienes deberían marcar el camino, sino que estoy recordándome a mí mismo que mi confianza debe estar en Cristo y que yo mismo podría -así como Judas- errar en mis pasos cuando no entiendo mi necesidad... aún con buena enseñanza y buen ejemplo delante mío.

jueves, 16 de enero de 2020

envidia... o en muerte...

La envidia...
Esa insidiosa compañera de tantas madrugadas.

La envidia es capaz de amargarnos los mejores momentos con la excusa de que alguien podría estar viviendo o teniendo algo mejor que nosotros.
Pero lo peor se da cuando racionalizamos o justificamos eso que nos está consumiendo por dentro... y es mucho peor cuando nos sucede cómo cristianos.

Todos batallamos  con el contentamiento (en mayor o menor medida), eso es algo natural en nuestra condición caída, y el justificar nuestro pecado alivia un poco nuestra carne pero a la larga puede destruir nuestra vida.

En particular he oído mucho la frase: “Perenganito es un presumido al poner en redes sociales todo lo que compra, los lugares donde come y los viajes que hace ¿no se da cuenta de que puede ser de tropiezo para la gente que lo sigue?”
(Insertar imagen/meme/emoji/ boquiabierto)

A ver ¿en verdad estamos acusando a alguien de “incitar a la envidia”????
La envidia es una condición interna, no algo que otro provoca y nunca (NUNCA) culpa de alguien más. Es uno de esos pecados en los que nos abalanzamos solitos y sin colaboración de nadie. El negarlo sólo aparta de nuestro alcance la medicina que puede aliviar ese dolor (la envidia duele mucho): el arrepentimiento y la confesión de nuestro pecado.

Aunque la tentación de echarle la culpa a otra persona en muy grande, recuerda que cuando la envidia te quiere comer las entrañas no es algo que otro tiene que resolver sino nosotros mismos ante la Gracia de Dios. Y la Gracia de Dios está tan alcance de todos que no necesitamos envidiarla de nadie.