lunes, 8 de junio de 2020

Portada 2 - Facundo Cabral en Bellas Artes

Corrían los años finales de la década del 70 y vivíamos entre las montañas del departamento de La Paz, más allá del Illmani, aquél célebre guardián de nieve que sojuzga la capital desde la arrogancia  de su altura.

Mis papás habían movido su residencia a un pueblito, lejos de la ciudad y apartados de la persecución política de la dictadura. Las centrales hidroeléctricas serían la fuente de trabajo y el germen de aventuras de aquellos tiempos que en mi mente se revuelven con recuerdos reales, historias que escuché y fotos que todavía conservo en la memoria

La casa era inmensa (como suele ser la casa de la infancia) y la incomunicación con el mundo era la anchura de cada día. En aquel pueblito no había señal de televisión, no había estaciones de radio ni llegaba ningún tipo de periódicos, lo único que nunca faltaba era luz eléctrica ya que casi todos en el pueblo trabajaban en la central hidroeléctrica que alimentaba de corriente eléctrica gran parte del departamento. (ojo, Bolivia está dividida en "departamentos", es el equivalente a "estados" en México)

La cosa es que en medio de aquella vida rural, mis papás tenían algunos cassettes que sobrevivieron a la mudanza y a la censura del gobierno militar, y esa era la música que se escuchaba en casa todos los días. Mis días se iban en jugar, cazar arañas, comer pan recién horneado y escuchar la música de mis papás.

Entre la música que había sobresalía un cassette en particular, uno en el  que se oía a un solo hombre que cantaba con su guitarra mientras el público reía y aplaudía cada cierto tiempo, incluso antes de que la canción terminara. Otra cosa que recuerdo es que este hombre del cassette hablaba mucho, mucho, pero hablaba como si cantara, como si contara una vida en cada letra (muy distinto al cassette con el discurso de Fidel que en aquel tiempo me aburría... que luego me gustaría... y que ahora..., bueno, esa es otra historia)

En ese cassette había una canción acerca del diablo, una sobre una tal "señora de Juan Fernandez" y una sobre la María Teresa, que comenzaba con una serie de bienaventuranzas que desde aquella época me intrigaban, y que desembocaban en una canción que hablaba de María Teresa, una mujer que brillaba con luz propia en medio de la canción. Una mujer cuya belleza competía con las bienaventuranzas que precedían a la melodía.

Pasaron los años y ese cassette se fue disolviendo entre recuerdos, más mudanzas y más dictaduras... hasta que un día, cuando ya vivía en México, entré a Mixup y encontré entre las novedades un CD con estas canciones que a mí me sonaban a "ratatouille" (Si viste la película me comprendes).  Escarbé entre mis bolsillos los pocos pesos que tenía y arriesgando la comida de la semana compré el par de discos  (Un CD doble) y me fui rápidamente a mi casa.

Mis papás inspeccionando una presa
para la central hidroeléctrica
La emoción me embargaba mientras colocaba ese tesoro... directamente a la canción de la  María Teresa. Cuál sería mi sorpresa cuando al escuchar la letra, siendo ya un hombre crecido y a miles de kilómetros de mi casa, me daba cuenta de
que en realidad ¡María Teresa era -y siempre ha sido- mi mamá!

En verdad Alicia es quien hizo siempre que sea "bienaventurado este lugar y este  momento, amigo mío, porque la vida es aquí y ahora... y contigo"

Gracias Mamita... nunca necesitaste ni el brillo de la luna pa estar hermosa!


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