domingo, 18 de mayo de 2008

Espectador o protagonista...


La Biblia es, por mucho, el libro más vendido del mundo. Lamentablemente no es necesariamente el libro más leído, lo cual crea una especie de paradoja que se comprende si tomamos en cuenta que alrededor de la Biblia hay una cantidad enorme de mitos y creencias que se han ido acumulando y que hacen que la gente tenga más prejuicios que intentos de leerla, y si alguien se atreve a intentar una lectura, generalmente se acerca a ésta con demasiado temor y esperando, ya de entrada, encontrar cosas que “no va a poder entender”.

Esta suerte de “miedo de no entender” nos ha costado muchos dolores de cabezas, religiones que se levantan enarbolando una “nueva verdad revelada”, sectas efímeras (o algunas no tanto) basadas en escritos de “gente iluminada” que da “nuevas interpretaciones” a la Biblia o, en el mejor de los casos, grupos de personas que afirman que la Biblia es la Palabra de Dios, pero la tienen en sus casas con la misma esperanza que la que se deposita en un amuleto cualquiera que vale dos pesos con cincuenta.

Dios nos ha permitido tener en estos tiempos muchísimas versiones de la Biblia, cada una con un enfoque un poco distinto, pero todas con el mismo propósito: transmitir la Palabra de Dios y su voluntad para nuestras vidas. Si sólo nos asomáramos un poco y nos dejáramos llevar por sus caminos, nos encontraríamos con la sorpresa de que la Biblia, en primer lugar, no es tan complicada como algunos quisieran que pensáramos (por el lenguaje no te preocupes, hay Biblias con lenguajes muy sencillos y de fácil comprensión) y, en segundo lugar, no habla de historias y leyendas muertas, sino que se hace viva en nuestras vidas cada día y a cada instante.

Ese último factor es el que hace que la Biblia se diferencie de cualquier libro de Historia (aunque tiene Historia narrada de una manera rigurosa), de Poesía (a pesar de que tiene grandes obras poéticas), de leyendas fantásticas (aunque tiene historias que harían palidecer a los autores de “las mil y una noches”) o novelas de amor (Hay muchos relatos que ya quisiera haber escrito Corín Tellado) o profecías (Ni Nostradamus, ni Madam Sassu, ni Walter Mercado juntos se comparan con las profecías que se hallan en la Biblia). No es que la Biblia sea “mejor” que cualquier libro escrito dentro de estos estilos, ese no es el punto, sino que la Biblia es diferente de todo libro escrito antes o después de ella, porque todo lo que la Biblia narra está vivo.

Yo recuerdo muy bien cuando de niño me dormía pensando en la historia de “el árbol que canta, el pájaro que habla y el agua de oro” (o algo así) que mi papá me acababa de leer, y no entendía porque esas historias terminaban con “...y vivieron muy felices.... tan, tan...”. Me pasaba horas pensando qué podría haber pasado, y releía el cuento con la esperanza de que se abriera una especie de puerta que no había leído antes... pero nunca sucedía eso, y me tenía que conformar con el “...tan, tan”.

La Biblia, en cambio, nunca termina porque siempre hay -a pesar de haber leído un pasaje cien veces- algo nuevo, esa puerta que no habías visto y nos lleva a conocer cosas que ni siquiera imaginábamos, pero eso no es lo mejor, sino que las historias que nos cuenta siguen vivas en nuestras propias vidas. No es simplemente la lectura de algo que le sucedió a alguien en un pasado remoto –“en un reino muy, muy, muy lejano”- y ya se acabó, sino que es algo que generalmente conocemos muy bien y en primera persona. Muchas veces me he sorprendido leyendo mi propia vida, leyendo mis propias palabras, mirando mis propios ojos, palpando mis mismas manos.

A lo largo de la historia, mucha gente ha cambiado su vida al entrar en contacto con la Palabra de Dios (muchas de esas historias están registradas por la misma Biblia en sí), y eso sigue sucediendo hoy en día, en tu mismo país, en tu ciudad, en tu escuela, en tu calle, tal vez en tu propia casa.

Una vez me invitaron a tocar en el aniversario de un programa de radio, el concierto se iba a transmitir en vivo y estábamos invitados algunos de los músicos amigos del programa (era un programa de Blues). No recuerdo por qué pero al final no pude ir, pero en el carro a la hora determinada encendí el radio y escuché el concierto. En la noche al ver al conductor le pedí disculpas por no poder ir y le dije “...pero lo estuve escuchando en la radio...”, su respuesta en ese momento no me dijo nada, ahora al entender la importancia de la Palabra de Dios la entiendo mejor, me dijo: “¿Vos preferís ser espectador que protagonista…?”

...de eso hablamos hoy, de que la Palabra de Dios no fue escrita por casualidad, sino con un propósito: el de ser leída y comprendida. Y no fue escrita dirigida a la “Sociedad”, o “al pueblo”, o cualquier otro sustantivo colectivo, sino que cuando el Espíritu Santo la iba dictando, tenía tu nombre en mente (con todos tus apellidos) y redactó las palabras exactas que necesitas oír, por eso déjame invitarte a desempolvar tu Biblia (nueva o vieja, no importa) y vamos a empezar a leerla, como lo que es: una carta de amor que Dios te ha escrito para que no te quedes con dudas de su Gran Amor.

En el camino vas a tener dudas, claro que sí, eso no tiene que preocuparte porque el su autor quiere revelarte toda su Palabra. Te invito a que la leas y la vivas, qué prefieres ser: espectador o protagonista.

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